miércoles, 3 de noviembre de 2010

Cut up

Esto hizo que muchos procedentes de ambos espacios acabáramos confluyendo en una serie de planteamientos caracterizados por la organización informal, el “placer de la militancia”, un replanteamiento del uso de la violencia, la crítica de la separación entre la militancia y la vida cotidiana, pasar de la “resistencia” y la “autodefensa” al ataque difuso, etc. Fue una época en la que muchos descubrimos los posicionamientos de la autonomía de los 70, los situacionistas, el marxismo antiautoritario, etc. Los textos teóricos que se manejaron entonces iban en la línea de cuestionar prácticamente todo el modelo revolucionario a la vieja usanza, sobre todo el llamado como “etapista”, sustituyéndolo por el “insurreccional” del “aquí y ahora”. En cualquier caso también desde este ámbito se cuestionaba el “insurrecionalismo” como etiqueta y se advertía del peligro de convertirse en pseudoideología. El debate entre organización “formal” y organización “informal” es otro, y casi siempre se ha defendido analizar en la práctica las posibilidades y la efectividad que ofrece cada una de ellas. Como desventajas, a día de hoy se puede decir que mientras la organización formal impedía cierta agilidad y autonomía dentro de las organizaciones, la organización informal fue una excusa perfecta para la falta de compromiso colectivo y la inactividad de mucha gente y más de uno acabó confundiendo la organización informal con ser informal. No hay espacio aquí para analizar las virtudes y defectos de la práctica y teoría “insurreccionalistas”, sólo diremos que tanto unos como otros son muchos. Lo que sí es cierto es que muchos de nosotros consideramos, con todo, esa etapa como una etapa fundamental de nuestra evolución política de la que ni mucho menos renegamos, aunque hayamos hecho un balance crítico que nos permitió superarla y seguir nuestro camino.

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