Por tanto, pertenecemos a la corriente anti-social de la anarquía, la que entra en ruptura no solo con el estado sino también con la sociedad, porque de lo que vemos,
el poder no se mantiene únicamente con la violencia y las ordenes de los cuarteles del estado, sino también por la reconciliación, aceptación y renuncia de un muchedumbre
silenciosa, que ha aprendido a ovacionar las victorias nacionales, a festejar por su equipo de fútbol, a cambiar su ánimo apretando el botón del telecontrol, a enamorarse de escaparates de tiendas y de unos modelos artificiales, a odiar a los extranjeros, de mirar solo por lo suyo y de cerrar los ojos ante la ausencia de una vida de verdad.
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