viernes, 7 de noviembre de 2008
E L O T R O
La jornada de trabajo en la fábrica había sido ajetreada. Llevando a la práctica las teorías sobre la reapropiación del tiempo, que provenían de confusos escritos del ámbito autónomo italiano, Jorge y su compañero habían realizado un pequeño sabotaje que consiguió detener durante una hora y cuarto la cadena de producción. Este consistió en verter un poco de arena en la máquina de ensamblaje; de esta manera se tuvo que parar hasta que se desmotó la máquina y fue perfectamente engrasada de nuevo. Los capataces estaban echando humo, anunciaban represalias y posibles despidos. Los ánimos estaban muy exaltados últimamente. Se podía oír, en la lejanía, ecos de la antigua y temida palabra: huelga. Los obreros estaban descontentos con los ritmos de trabajo impuestos, considerándolos extenuantes y destajistas. Las teorías taylorianas y fordianas que habían importado los nuevos propietarios de la factoría eran consideradas por los obreros como un abuso, como una vuelta de tuerca más en su explotación.
La sirena anunció el final del trabajo para los obreros del segundo turno. Como de costumbre Jorge fue a reunirse con los compañeros del comité, donde, sino divagaban en exceso sobre la orientación y las formas que deberían tomar las movilizaciones, que se suponían próximas, llegaban a un acuerdo puntual sobre quien y cual sería el encargado de realizar el siguiente sabotaje. Las reuniones semanales del comité acababan de forma invariable en el bar Mosquito, donde unas rondas de cañas ponían punto y final a la reunión.
Jorge volvió a casa a pie, recordando divertido la cara de angustia del capataz de su sección, al ver estropeada, de nuevo, la producción diaria. Todos hicieron bromas durante el obligado descanso sobre el futuro del canino y faldero capataz. Nada podía hacerle sospechar, después de un rutinario día en la fábrica de coches, que él ya no era él, que Jorge no era en realidad Jorge, o, si lo era en realidad, quien es realmente Jorge ¿el mismo?
Cuando introducía la llave en la puerta de su casa podía oler el delicioso guiso que su mujer le estaba preparando, como cada día, año tras año. Llegaba a su hogar. Tras atravesar el pequeño pasillo que desembocaba en el salón principal contempló la escena que estuvo a punto de causarle un ataque al corazón. En su sofá, sentado y con sus zapatillas puestas, leyendo su periódico habitual y fumando su marca preferida de cigarrillos, había un hombre. Esto ya sería demasiado para cualquier hombre. Motivo suficiente para levantar las más oscuras y bajas pasiones. No así en este caso. Lo que de verdad dejó perplejo a Jorge, hasta el punto de que era incapaz de articular sonido alguno, de la más mínima reacción, era que el hombre que estaba sentado en su sillón era el mismo. Completa y misteriosamente idéntico a él. Hasta llevaba puesta la misma ropa, el mismo peinado.
La llegada de su mujer, con la cacerola en la mano y anunciando la llegada de la cena, apenas pudo sacarle de su estado de ensimismamiento. Parecía como si fuera invisible a los demás, plantado en medio de la estancia, con los brazos caídos y la boca entreabierta, era totalmente ignorado por los dos comensales. Se estaban comiendo su cena, aquel tipo, su doble, disfrutaba indolente de la comida mientras miraba el televisor y contestaba apático a las preguntas de rutina de su mujer. Jorge no salía de su asombro, estaba bloqueado mentalmente, hasta el punto de que una babilla aparecía por la comisura izquierda de su boca. Cuando acabaron de cenar Jorge hizo su primer movimiento, fue para no chocar con su mujer que iba camino de la cocina, recogiendo la mesa. Se quedó allí, entre la puerta y el armario, observando aterrado los movimientos por el salón de su otro y desconocido yo y de su esposa. No podía intervenir, era como si su pensamiento se hubiese congelado, incapaz de pensar e incapaz de actuar, como si realmente no existiese. Observaba hablar a su doble, sobre las noticias que daba el telediario, era él, su doble, quien existía verdaderamente. Por la cabeza de Jorge pasó, fugaz, como un pestañeo, la idea de que todo era irreal, un mal sueño, como un mal viaje de ácido. Todo era producto de su mente y todo había pasado en un segundo. Su alma había salido de su cuerpo y le contemplaba. Jorge era el alma y su cuerpo era su doble, Jorge era la consciencia y su doble la materia. Era una especie de experiencia mística la que estaba teniendo, era un extraño caso de revelación de la realidad a través del subconsciente. Por un momento creyó de veras que todo era un mal sueño, le habría sentado algo mal, las cañas en el Mosquito o algo así. Jorge empezó a acumular pensamiento sobre pensamiento, todos pasaban por su cabeza a la velocidad que vamos dejando atrás la raya discontinua de la carretera. Tuvo una idea que le pareció en principio acertada. Rompería de una vez la extraña atmósfera en la que estaba ahogándose. Alargó la mano y cogió del armario un libro, en el rápido movimiento que consistió en dejarlo caer, vio que se trataba de la Teoría Leninista sobre la Organización. Observó como su mujer y su cuerpo giraban la cabeza y miraron en su dirección. Ninguno de los dos hizo nada. Siguieron contemplando la película española en el televisor. Es esos momentos Jorge volvió a estremecerse de terror. Hasta el punto en que las piernas le temblaban y su respiración se tornaba irregular. No volvió ha hacer ningún movimiento y siguió sumergido en el mar del miedo de su mente. Acabó la película y sus dos acompañantes se fueron a la cama. Cerraron la puerta de la habitación y Jorge, en un arranque de valor, les siguió y se quedó agazapado, en cuclillas tras ella. Pudo escuchar como su mujer se estremecía y gozaba, la respiración acelerada de su doble y el chirriar de la cama, sonido continuo que causaba el mismo efecto en Jorge que los cortes finos y profundos de una cuchilla en su cabeza. Le pareció que su mujer no gozaba tanto con el, como lo estaba haciendo ahora.
Con la cabeza entre las manos Jorge lloró, todo era angustia e incomprensión, todo era vacío.
Jorge no supo el tiempo que había pasado allí arrinconado. Flotando en el vacío del terrible universo que acababa de descubrir. Decidió al fin hacer algo, guiado por la desesperación. Fue al cuarto de los trastos y buscó su caja de herramientas, cogió un destornillador y un martillo. Giró tras sus pasos y entró sigiloso en la habitación donde su mujer y el otro yacían durmiendo plácidamente. Se puso en el lado izquierdo de la cama, su lado. Miró por unos instantes intentando un atisbo de comprensión y acto seguido puso el destornillado, que tenía en su mano izquierda, sobre la cabeza de su otro yo y golpeó con el martillo. El destornillador penetró fácilmente en la cabeza, chillando al roce con el hueso. Siguió golpeando aún cuando el destornillador estaba clavado hasta la empuñadura. La cabeza se abrió como una sandía. Jorge soltó sus herramientas y cogió curioso el cerebro. Intentando buscar con la mirada sobre el viscoso órgano alguna respuesta coherente. Lo tiró al fin al suelo y lo pisó. El no era un alma, tenía cuerpo y alma. Mató al otro. Mató el cuerpo y mató el alma. Le sacó de la cama y se metió él. Besó en la nuca a su mujer, que suspiró, y durmió.
Cuando despertó deseó que todo hubiera sido un sueño, pero el cuerpo inerte de su doble estaba allí, la cama manchada de sangre. Sin despertar a su mujer envolvió el cuerpo en una manta y lo bajó a la calle. Todavía era temprano, lo llevó a un descampado donde lo arrojó junto a unos escombros. Tuvo tiempo de desayunar en el Mosquito antes de ir al trabajo.
Pasó toda la jornada pensativo, ausente. Un ligero temblor, un escalofrío le recorría el cuerpo al pensar en la vuelta a casa. La sirena anunció el final del segundo turno. Jorge anduvo deprisa camino de casa. Creía que se le iba a detener el corazón cuando introducía la llave en la puerta de su casa. Podía oler el guiso que estaba preparando su mujer. Recorrió el pequeño pasillo que desembocaba en el salón principal y suspiró al ver su sillón desierto. Se acercó su mujer y lo besó. ¿ Que tal el día cariño ? . El comportamiento de su mujer era el normal, habría visto toda la sangre por la habitación, y en la cama. Pero no dijo nada. Se puso sus zapatillas y cogió el periódico. Era cómodo su sofá.
Escuchó el sonido de la cerradura y unos pasos por el pasillo, giró la cabeza y se vio de nuevo ahí, de pie, en la puerta con los ojos abiertos y asombrados. Se le paró el corazón, se le heló la sangre. Jorge volvió la cabeza al periódico y pensó: Esto no puede estar pasándome a mí, es todo una mala pesadilla. Decidió ignorar a su doble. Mantener la calma. Su esposa llegó con los platos en la mano y cenaron. Jorge se esforzaba en mantener la normalidad aparente, pero no podía, le era imposible. Allí estaba su doble de nuevo, entre la puerta y el armario. Después de cenar se dispusieron a ver una película. Jorge, sudaba, intentaba esquivar la realidad. Esto es sólo una pesadilla, no es real, no tengo porqué preocuparme, me volveré loco si lo sigo pensando, mi esposa no lo ve, es fruto de mi imaginación, iré a un psiquiatra, debe ser por el cansancio, no es real. Un sonido seco le sacó de sus pensamientos, su mujer y el se giraron. En el suelo, a los pies de su doble, estaba su viejo libro: Teoría Leninista sobre la Organización.
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