El estilo era extraño, la escritura era clara y en ocasiones transparente pero la manera en que se sucedían las historias no llevaba a ninguna parte: sólo quedaban los niños, sus padres, los animales y algunos vecinos y al final, en realidad, lo único que quedaba era la naturaleza, una naturaleza que poco a poco se iba desaciendo en un caldero hirviendo hasta desaparecer del todo.
2666.
Roberto Bolaño.
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