Como de costumbre, los árabes sabían. Sabían todo de las torturas en masa, del promiscuo tiroteo de civiles, del escandaloso uso del poderío aéreo contra viviendas de familias, de los despiadados mercenarios estadounidenses y británicos, los cementerios de muertos inocentes. Todo Iraq lo sabía. Porque ellos eran las víctimas.
Sólo nosotros podíamos fingir que no sabíamos. Sólo nosotros en Occidente podíamos rechazar cada acusación, cada afirmación contra los estadounidenses o británicos, poniendo a algún digno general -vienen a la mente el pavoroso vocero militar estadounidense Mark Kimmitt y el terrible jefe del estado mayor conjunto Peter Pace- a rodearnos de mentiras. Si encontrábamos un hombre que había sido torturado nos decían que era propaganda terrorista; si descubríamos una casa llena de niños muertos en un bombardeo aéreo estadounidense también era propaganda terrorista, o"daño colateral", o una frase simple: "No tenemos información de eso".
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