miércoles, 20 de octubre de 2010

La gente me sorprende. Se ponen nerviosos sin ningún motivo. Hacen muchos movimientos superfluos e irracionales. Son distraídos y poco cautelosos. Cualquier bagatela los saca de quicio y gritan. Son muy codiciosos y cobardes. A cada paso intentan estafarme...por cuatro céntimos. Me dejo tomar el pelo y me río para mis adentros.
Paso los días y las noches de jarana. Apenas si tengo tiempo de dormir un rato. Voy de parranda, es decir: como y bebo en los restaurantes, frecuento los cines y los teatros y compro a mujeres de la vida. Son una mercancía barata y por doquier hay intermediarios a porrillo. Ofrecen citas con pelanduscas, con chicas, con adolescentes y casi con crías. A las mujeres se les pone precio como a las yeguas: por un viaje, por una hora, por una noche. Algunas veces me han hecho proposiciones que me han revuelto el estómago. Vivo rodeado de comisionistas. Han husmeado la pasta. Ahora voy conociendo la otra cara de la ciudad, una cara que antes ignoraba por completo. Y veo que la gente vive de una manera terrible, peor que en la frontera. Aquí a cada paso se libra una lucha sin cuartel que no deja muchas opciones ni a los débiles ni a los inadaptados.

El enamorado de la Osa Mayor. Sergiusz Piasecki.

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