“Primavera de los pueblos árabes”, “la revolución en marcha”, “transición democrática”, “fin de la dictadura”. Las gran maquinaria discursiva se ha puesto en funcionamiento. Es lo único que hacía falta para poder presentar la caída de los regímenes pro occidentales del Magreb como nuevas victorias de Occidente y el triunfo inesperado de sus valores.
La fiebre revolucionaria que últimamente se ha adueñado de los más prudentes editorialistas muestra, en primer lugar, la intensa respuesta inmunitaria a la que se ha visto abocado el discurso dominante ante esos hechos. Se responde con un fuerte ataque de orientalismo a la necesidad de poner, cuanto antes, un solido cordón sanitario entre nosotros y las actuales revueltas. Se maravillan ante estas “revoluciones” para esquivar mejor las evidencias que nos echan a la cara, para contrarrestar mejor la confusión que suscitan en nosotros.
Las ilusiones que se intenta preservar de esta forma han de ser muy valiosas para que se deshagan, por todas partes, en similares apologías de la insurrección, para que se entregue la palma de la no violencia a un movimiento que ha quemado el 60 % de las comisarias egipcias. ¡Qué grata sorpresa descubrir de pronto que las principales cadenas de información están en manos de los amigos del pueblo!
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