Con el terremoto de Haití se ha desatado la ola de solidaridad y comprensión con los desfavorecidos que caracteriza a los españoles. Nos unimos ante las grandes tragedias. Todos los ciudadanos, sea cual sea su ideología o creencia religiosa, manifiestan su indignación por la pobreza en la que vive aquella gente. A ningún político se le ha ocurrido salir a la palestra para decir que cada palo aguante su vela. No, por ahí se delata la crueldad y la masa electoral no entra. Sin embargo aquí, por la proximidad de las elecciones autonómicas y municipales, se convoca una caza contra los inmigrantes. El presidente de la PIMEC vincula la inmigración con la seguridad ciudadana; el PP, por boca de Alberto Fernández Díaz, pide un plan de inspección de comercios de inmigrantes; Trillo pide reformar la ley para evitar reincidentes; Esperanza Aguirre apoya al edil de Torrejón que limita el empadronamiento; Alicia Sánchez Camacho –candidata por el PP en Catalunya– basará su campaña en el paro, la seguridad y la inmigración y asegura que este eje puede convertir al PPC en partido de Gobierno. Su eslogan: “No cabemos todos”. Se ha levantado la veda: ser xenófobo no es pecado, es defensa propia. El subtexto es: nos quitan el trabajo y el pan. El daño que están haciendo con estos planteamientos xenófobos es terrible y quién sabe si irreversible.
Señores demócratas de centro, constitucionalistas y católicos: esos a los que señalan con el dedo como delincuentes usurpadores son los mismos que intentan salir de debajo de las piedras en Haití. Son los mismos. No edifiquen su poder sobre montañas de muertos de hambre.
Gran Wyoming
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